jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Técnicas o actitud?



¿Técnicas o actitud?

Por: Jaime Rodríguez
Hace unos meses fui invitado por mi amigo Carlos Gómez, director de Radio Qawinaqel, en Palín, Escuintla, para compartir parte de mi experiencia en el mundo de la locución. Se trataba de una reunión de formación que él organizó para el personal de dicha radio, en su mayoría jóvenes. Más que una exposición formal, fue una conversación que me permitió ver hacia atrás, recordar los hechos que más enseñanza me han dejado durante mi carrera y compartirlo con los participantes.

Al principio me sentí incómodo, pues hablar de mí mismo resultaba un acto de vanidad, lejos de la humildad que tantos buenos resultados me ha dado. Pero es eso lo que Carlos me solicitó, por lo tanto tuve que hacerlo de la manera más modesta que me fue posible.

Quiero centrarme, en este artículo, en la primera pregunta que me pidieron responder: ¿Qué técnicas te han permitido crecer en tu trabajo como locutor? Fue una pregunta que me hizo reflexionar y pensar en algo que no solamente podría hacer crecer la carrera de un locutor, sino de cualquier profesional.

Más que técnicas, pensé, es un asunto de actitud. Si no hay actitud, no hay técnica que dé resultados. Así les respondí. Todo comienza con una meta. ¿Dónde nos queremos ver en determinado tiempo?

A esto le agregué: preparación. Una vez tenemos una meta trazada, para alcanzarla es de vital importancia que nos preparemos, que siempre busquemos la manera para aprender más, aprovechar cualquier oportunidad para convertirla en una lección, por sencilla o compleja que sea; algo descubriremos. Aquí nos encontraremos con las técnicas, las cuales debemos acompañar con un constante entrenamiento.

A las metas y a la preparación, le sumaría la perseverancia; la fortaleza de carácter para no dejarnos vencer por las adversidades. En el camino encontraremos desencantos, desilusiones y otras cosas que pudieran desanimarnos. Sin embargo, nuestras metas deben ser lo más importante, tanto que ningún inconveniente sea capaz de hacernos abandonar el trabajo que requiere alcanzarlas.

Y, por último, no reducir la comunicación o nuestro perfil como comunicadores a una tarea específica, por ejemplo a una cabina de radio. Se trata de convertirnos en ese elemento que el mercado laboral de los medios de comunicación busca en los tiempos que corren: un profesional completo, capaz de responder a diversas tareas con calidad y profesionalismo; introducirnos en campos nuevos, al final del día los mayores beneficiado seremos nosotros, aunque de alguna manera tengamos que pagar el precio de nuestro aprendizaje, quizá haciendo algunas tareas ad honorem. ¡El esfuerzo vale la pena!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Cómo me inicié en la locución (parte V)

Por: Jaime Rodríguez

Por favor, silencio

Pasó lo que tenía que pasar. Corría la mañana del domingo 24 de octubre de 1993. El nuevo “locutor” de Stereo 105, el que solo tenía autorizado decir la hora, se las ingeniaba para agregar algo a cada intervención, quizá por pasarse de listo o creyendo que era necesario hacerlo. Había transcurrido la mitad de la mañana cuando se apareció una persona en la radio, quien se identificó como Raúl Robles. Era el técnico de la emisora y uno de los propietarios.

-Buenos días.

-Buenos días.

-Soy Raúl Robles. ¿Sos vos el que ha estado hablando en la emisora durante toda la mañana?

-Eh…sí.

-Por favor ya no hablés. Usá el cartucho con la hora grabada y si querés seguir practicando la locución, pedile a Salvador un turno en la noche. Cuando uno comienza comete muchos errores.

Robles vivía en Villa Nueva, a unos 40 Kms. de Escuintla, e iba escuchando la radio en su automóvil. Es una persona muy disciplinada y exigente consigo mismo, lo cual le daba la solvencia para exigirle calidad a sus trabajadores.

El día lunes, me presenté para platicar con el señor Salvador García (Director de la emisora) y contarle lo sucedido.

-Ya me enteré de lo que pasó ayer- me dijo.

-Entonces, le puedo ofrecer el turno de 00:00 a 04:00 horas para que siga anunciando la hora. Podemos alternar el turno con Giovanni Colocho. Y los domingos que le corresponde cubrir de día, únicamente se dedica a operar.

Acepté la propuesta. Empecé a cubrir el turno de madrugada. El día que me tocaba cubrir llegaba a dormir a las instalaciones de la radio. A la media noche, Wagner Guerra, quien cubría desde las 18:00 horas, me despertaba y a partir de ese momento agentes de seguridad, trabajadores de los distintos ingenios de la costa sur, policías y cualquier noctámbulo escuchaban música y se enteraban de la hora, gracias a Jaime Rodríguez, quien la anunciaba entre canción y canción. Stereo 105 era la única radio en Escuintla que trabajaba las 24 horas, por lo tanto me confortaba saber que alguien iba a escucharme.

En efecto, había alguien que siempre me escuchaba. Es más, se despertaba a la media noche solo para escucharme: Mi padre. Claro, había que escuchar al “locutor” de la familia. Luego me mostraba los cassettes que grababa.

Fue así como empecé a enamorarme de la profesión y cuando decidí lanzarme a su conquista. Empecé a poner más atención a los locutores que me gustaba escuchar, trataba de imitarlos, buscaba material de ayuda y tropecé con otro obstáculo: el egoísmo de algunos compañeros de más experiencia, pero de eso hablaré en una próxima publicación.

lunes, 7 de febrero de 2011

Cómo me inicié en la locución (parte IV)

Por: Jaime Rodríguez

Mi entrada al mundo de la radio

¿A alguien se le ha ocurrido ir a una radio a pedir trabajo como locutor, sin saber ni papa de locución? Sí. A mí. Sigo en el año 1993. Septiembre, aproximadamente. Mi amigo y compañero de estudio, además locutor de Stereo 105, Alex Aguilar ya se había tomado el tiempo y había tenido la paciencia para enseñarme a operar en una cabina de radio. Pero, por razones personales, él ya no podía continuar trabajando en dicho medio de comunicación. Me contó su idea de renunciar y que esa podía ser una buena oportunidad para que yo entrara. Me recomendó platicar con el Sr. Salvador García, director de la mencionada emisora escuintleca.

Ni dos veces. Ese mismo día, saliendo de estudiar fui directo a la radio. Llevaba conmigo el cassette de las grabaciones de “Garfield y sus amigos” que habíamos hecho con mis compañeros de carrera en el curso de publicidad. Yo era el “locutor comercial” en aquella artesanal producción. García fue muy amable al atenderme. Me identifiqué como amigo y compañero de Aguilar; le dije que me llamaba la atención la radio y que buscaba una oportunidad para aprender a operar. Pero… que llevaba un cassette con algunas grabaciones que había hecho, como tarea en mi carrera de Perito en Mercadotecnia y Publicidad. Lo escuchó y fue claro en decirme que si surgía una oportunidad sería como operador, nada más.

Empecé esa misma noche. Había pedido oportunidad para aprender, pero, en realidad, lo que quería era pulirme.  Al salir de estudiar, me dirigía a la radio, practicaba durante unas dos horas y luego salía a tomar el bus para Palín. Habían pasado dos semanas, aproximadamente, cuando García me llamó a su oficina para contarme lo que yo ya sabía: Alex Aguilar había renunciado a la radio. Me ofreció el turno dominical, de 06:00 a 14:00 horas. Cómo negarme a aquella oportunidad. Primero, porque era mi entrada al mundo que hoy es mi vida. Segundo, porque me autorizaba “hablar”, eso sí, solo tenía autorizado decir la hora. Había funcionado lo del cassette.

Aquel domingo 3 de octubre de 1993 quedó inscrito en mi memoria con carácter de imborrable. Estaba cubriendo mi primer turno en radio. Había que aprovechar la oportunidad de hablar, así que, después de cada canción, los y las oyentes de aquella emisora escuchaban la hora en la voz de Jaime Rodríguez. Aunque la radio contaba con un cartucho en donde estaba grabada la hora, cada cinco minutos, en la reconocida voz del locutor Carlos Azurdia, eso no era de mi interés en aquella ocasión. El autorizado para dar la hora era yo. Hubiese sido un golpe muy duro que alguien llegara a darme la orden de ya no hablar.


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viernes, 4 de febrero de 2011

Cómo me inicié en la locución (parte III)

Por: Jaime Rodríguez

Mi primer contacto con la radio fue de la forma menos imaginada. Fue por el deseo de  tener unas calcomanías de cigarrillos Rubios. En el año 1993, Radio Palmeras, que en esa época ya estaba en FM y se identificaba como FM 93, hizo una promoción con esta marca de cigarrillos. La mecánica era la siguiente: había que llevar cinco cajetillas vacías a la radio y mencionar la frase “Radio Palmeras, donde la salsa suena a pueblo”; el premio eran cinco calcomanías.

Empecé a juntar las cajetillas. Me faltaban dos. Saliendo de Merca (el instituto donde estudiaba) me las encontré tiradas en la calle. Me acompañaba mi compañero de clases Víctor Par, y decidimos ir de una vez por las calcomanías. La radio nos quedaba cerca. Llegamos y desde la puerta vi la cabina de la radio y empezó a hacerme ruido la idea de estar en un lugar así. Hasta ese momento era lo más cerca que había estado de una cabina de radio.

Luego, como tarea del curso de Publicidad, debíamos realizar algunas grabaciones. Cada grupo tenía que hacer un programa de TV, como pudiera. La nuestra era un simpático episodio de “Garfield y sus amigos”. Nos distribuimos el trabajo de grabación entre mis compañeros de grupo, Fredy Garrido, Víctor Garrido, Rony Hernández, Víctor Par y yo. Unos harían las voces de los personajes y yo era el que presentaba el episodio y el de los anuncios del programa. Empezó la tarea de buscar donde grabar. Fue el señor Héctor Alfonso Portela, director de Radio Escuintla quien, amablemente, nos apoyó. Curiosamente el estudio de grabación era la cabina misma. Durante el tiempo que duraba un noticiero llamado “Comando Informativo”, con el cual encadenaba la radio, cambiaba las conexiones y convertía la cabina en estudio de grabación.

Nos citó, aquel día, para las 18:00 horas. Llegamos y, por primera vez me vi dentro de  una cabina de radio. Me senté y les dije a mis compañeros, en tono de broma: “aquí voy a estar algún día”.  

Crecía mi curiosidad por saber cómo era el trabajo en una emisora. Esa misma curiosidad fue la que me impulsó a solicitarle a mi compañero de estudios Alex Aguilar, visitarlo un domingo a su turno en Stereo 105. 

Aguilar trabajaba de lunes a sábado de 18:00 a 00:00 horas, y los domingos de 06:00 a 14:00 horas en la mencionada emisora. Aceptó y el domingo, a eso de las 09:00, estaba yo en la radio. Entendía poco de lo que él hacía. Miraba unos “casetones” que, luego me aclaró, eran cartuchos. Además veía que colocaba los discos en las tornamesas, los limpiaba, los hacía sonar en cue,  los regresaba; en fin, me empezó a interesar aprender todas esas maniobras.
Inició mi serie de preguntas. 

-¿Qué hacés con los discos? 

-Los estoy centrando para que la canción no salga “rasgada” al aire.

-¿En qué momento ponés anuncios?

-Cada 15 minutos. Aquí hay una pauta en donde mirás qué anuncios deben sonar a qué hora.

-Esos “casetones”, ¿Cómo se llaman?

-Son cartuchos.

Y así, seguí haciéndole preguntas.

Estuve con Aguilar hasta el final de su turno y le dije: -¿Puedo venir el próximo domingo? La idea de trabajar en una radio ya la tenía más clara. 

Llegué durante varios fines de semana, hasta que Aguilar me enseñó a operar (poner la música, maniobrar los viniles, los comerciales, la hora grabada, atender el teléfono; todo menos hablar.) Ya podía operar, pero todavía no era parte de la radio. Y, ¿ahora qué?


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lunes, 29 de noviembre de 2010

Cómo me inicié en la locución (parte II)

Por: Jaime Rodríguez

Mi primer contacto con el micrófono

A la edad de 10 años ya soñaba con ser cantante. En el patio de mi casa improvisaba una batería con botes y cualquier objeto que emitiera sonido y me ponía a tocar y cantar. Esa inquietud me llevó a tener mi primer contacto con el micrófono desde un escenario en 1990, cuando ya tenía 14 años y cursaba segundo básico. Me inscribí en el festival de la canción, organizado con motivo del  aniversario del Instituto INPAL de Palín, donde cursé el ciclo de educación básica de 1989 a 1991.

Tengo presente aquel momento, con todos sus detalles. El presentador del festival era nuestro catedrático de Formación Musical y luego de Matemática, el profesor Héctor Leonardo Benito (Q.E.P.D.). El jurado calificador lo integraban Eduardo “Guayo” Quezada y el profesor Samuel Navas. Había otra persona en el jurado, de quien no recuerdo el nombre. Rudy Paz, un amigo no vidente, nos acompañaría a todos los participantes con su guitarra. Había escuchado una canción de Juan Gabriel, me gustó, así que decidí participar con esa pieza. Unos días antes se realizó el ensayo con Rudy.

El día llegó. Las piernas me temblaban antes de mi participación. Las manos me sudaban. No era para menos; yo era uno de las personas más tímidas del grado y del instituto, y en esa ocasión me iban a ver y escuchar cantar. No estaba acostumbrado a ese ambiente. Mi papá llegó a verme en aquella ocasión y, al parecer, estaba igual de nervioso. Llegó el momento. El profesor Benito me presentó, mis compañeros de grado gritaron y aplaudieron, pues era su representante en ese festival. Con un acorde, Rudy me dio la indicación para empezar a cantar e interpreté la canción “Rosenda”. Fue muy emocionante cuando, al final, el jurado calificador anunció a los ganadores y sobre todo escuchar que Jaime Rodríguez había ganado el primer lugar.

De allí en adelante me tomé confianza y aprovechaba cada oportunidad que se me presentaba para cantar. En 1992 ingresé al Instituto Nacional de Perito en Mercadotecnia y Publicidad de Escuintla y participaba en todas las celebraciones del establecimiento. Así se dio ese primer contacto con el micrófono.

Mi primer contacto con la radio

Con el paso del tiempo, el ser humano va dilucidando muchas cosas, relacionando hechos y sacando conclusiones. Todo sucede por alguna razón, aunque a veces no entendemos esa dinámica de la vida. Mi primer contacto con la radio no sucedió por el deseo de ser locutor,  pero, sin imaginarlo, fue parte del camino. Escuchar radio, ponerle atención a todo lo que las emisoras hacían, interesarme en sus promociones, etc. eran cosas que no ocurrían por casualidad.

Cómo me inicié en la locución (parte I)

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cómo me inicié en la locución (parte I)

Por: Jaime Rodríguez

Antes de explicar de qué manera se me dio la oportunidad de entrar al mundo de la radio y, por ende, al mundo de la locución, recordaré algunas cosas que ocurrieron mucho antes, cuando no tenía ni la idea ni la ilusión de, algún día, ser locutor pero que, inconscientemente, fueron mis primeros pasos en esta apasionante profesión.

Para contar la historia completa, empezaré por describir el contexto en el cual crecí. Nací en Escuintla el 04 de agosto de 1976, en una colonia llamada “Hunapú”, en la cual mis padres vivieron hasta que yo tenía casi 9 años. En 1985, por azares del destino, mis padres se trasladaron a Palín, municipio situado a 17 kilómetros de la cabecera departamental de Escuintla.

Llegamos a Granjas Bella Vista, un área rural ubicada a un kilómetro y medio, aproximadamente, de la cabecera municipal. Recuerdo, como un dato muy simpático, que en mi casa podía faltar cualquier cosa, menos música. Y para escucharla no era necesario un gran equipo de sonido. En una radiograbadora que mi padre, Armides, había comprado de segunda mano, escuchaba las canciones de David Zaizar, Antonio Aguilar, Gerardo Reyes, Lorenzo de Monteclaro, Dueto América, Los Tigres del Norte, Vicente Fernández, El Charro Avitia, Martín y Malena, Cornelio Reina y de otros cantantes que a mi padre le evocaban vivencias de su juventud.

Conocí y memoricé muchas canciones rancheras. Eran mis tíos Alirio y Noé Ríos quienes le grababan a mi padre los cassettes que yo me encargaba de escuchar cuando él no estaba. Luego, era mi primo Ervin Vásquez quien le enviaba de Estados Unidos, cassettes con música de Ramón Ayala, Los Cadetes de Linares, Los Invasores de Nuevo León, Los Cardenales de Nuevo León, Los Relámpagos del Norte y otros cantantes de música norteña.

Cuando se trataba de escuchar radio escuchaba Radio Mundial, Radio Tropicana, Radio Palmeras, Radio Escuintla, Radio Emperador, Radio Sonora y Radio Fiesta. Todas estas las encontraba en AM y eran emisoras de música popular. Cuando descubrí la FM en esa radiograbadora empecé a escuchar las únicas emisoras que podía sintonizar en Palín: Radio Ritmo, LC Stereo y Stereo 105; estas transmitían desde Escuintla.

Escuchando radio empecé a familiarizarme con la música tropical, sobre todo con la cumbia, que era el género que más se escuchaba en aquel contexto. Me entretenía escuchando a Rigo Tovar, Lila y su Tropical Perla del Mar, Los Audaces del Ritmo, El Super Show de Los Vásquez, Rigo Domínguez y su grupo Audaz, Pastor López, Aniceto Molina y La Sonora Dinamita, entre otros. Ya se me había vuelto costumbre memorizar las canciones. Toda esta relación con la música despertó en mí el deseo de ser cantante.


Cómo me inicié en la locución (parte II)

lunes, 5 de abril de 2010

Discurso de toma de posesión de Barack Obama


Aquí les dejo el discurso pronunciado por Barack Obama, en la toma de posesión como Presidente de Los Estados Unidos de América el 20 de enero de 2009, traducido al español. Este discurso fue redactado por Jon Favreau, un joven de 27 años, quien ahora es el Director de Escritura de Discursos (Sepeechwriting Director) del staff de Obama. Jon Favreau es la tercera persona más joven del equipo de trabajo de Obama. Reggie Love, el Asistente Personal de Obama tiene 26 años. Eugene Kang, el Asistente Especial del Presidente tiene 24 años. Que lo disfruten.

“Me presento aquí hoy humildemente consciente de la tarea que nos aguarda, agradecido por la confianza que habéis depositado en mí, conocedor de los sacrificios que hicieron nuestros antepasados. Doy gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación y por la generosidad y la cooperación que ha demostrado en esta transición.
Son ya 44 los estadounidenses que han prestado juramento como presidentes. Lo han hecho durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, este juramento se ha prestado en medio de nubes y tormentas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante, no sólo gracias a la pericia o la visión de quienes ocupaban el cargo, sino porque Nosotros, el Pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales. Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de estadounidenses.
Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestra sanidad es muy cara; nuestras escuelas tienen demasiados fallos; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro el planeta.
Estos son indicadores de una crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos fácil de medir pero no menos profunda es la destrucción de la confianza en todo nuestro territorio, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y la próxima generación tiene que rebajar sus miras. Hoy os digo que los problemas que nos aguardan son reales. Son graves y son numerosos. No será fácil resolverlos, ni podrá hacerse en poco tiempo. Pero debes tener clara una cosa, América: los resolveremos.
Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política.
Seguimos siendo una nación joven, pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas infantiles. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor que tiene nuestra historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.
Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, sabemos que esa grandeza no es nunca un regalo. Hay que ganársela. Nuestro viaje nunca ha estado hecho de atajos ni se ha conformado con lo más fácil. No ha sido nunca un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo, o no buscan más que los placeres de la riqueza y la fama. Han sido siempre los audaces, los más activos, los constructores de cosas -algunos reconocidos, pero, en su mayoría, hombres y mujeres cuyos esfuerzos permanecen en la oscuridad- los que nos han impulsado en el largo y arduo sendero hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros empaquetaron sus escasas posesiones terrenales y cruzaron océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y colonizaron el Oeste; soportaron el látigo y labraron la dura tierra. Por nosotros combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener las manos en carne viva, para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Vieron que Estados Unidos era más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; más grande que todas las diferencias de origen, de riqueza, de partido.
Ése es el viaje que hoy continuamos. Seguimos siendo el país más próspero y poderoso de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado ni el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el periodo del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.
Porque, miremos donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos. Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades para que respondan a las necesidades de una nueva era. Podemos hacer todo eso. Y todo lo vamos a hacer.
Ya sé que hay quienes ponen en duda la dimensión de mis ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede soportar demasiados grandes planes. Tienen mala memoria. Porque se han olvidado de lo que ya ha hecho este país; de lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un propósito común y la necesidad al valor.
Lo que no entienden los escépticos es que el terreno que pisan ha cambiado, que las manidas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven. La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar, una jubilación digna. En los programas en los que la respuesta sea sí, seguiremos adelante. En los que la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos el dinero público tendremos que responder de ello -gastar con prudencia, cambiar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día-, porque sólo entonces podremos restablecer la crucial confianza entre el pueblo y su gobierno.
Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos. El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha perfeccionado con la sangre de generaciones. Esos ideales siguen iluminando el mundo, y no vamos a renunciar a ellos por conveniencia. Por eso, a todos los demás pueblos y gobiernos que hoy nos contemplan, desde las mayores capitales hasta la pequeña aldea en la que nació mi padre, os digo: sabed que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo.
Recordemos que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con alianzas sólidas y convicciones duraderas. Comprendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. Al contrario, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente; nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención.
Somos los guardianes de este legado. Guiados otra vez por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor, más cooperación y más comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y a forjar una merecida paz en Afganistán. Trabajaremos sin descanso con viejos amigos y antiguos enemigos para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta. No pediremos perdón por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa, y a quienes pretendan conseguir sus objetivos provocando el terror y asesinando a inocentes les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no podéis romperlo; no duraréis más que nosotros, y os derrotaremos.
Porque sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel y ayudar a iniciar una nueva era de paz.
Al mundo musulmán: buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses mutuos y mutuo respeto. A esos líderes de todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente: sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que seáis capaces de construir, no por lo que destruyáis. A quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y acallando a los que disienten, tened claro que la historia no está de vuestra parte; pero estamos dispuestos a tender la mano si vosotros abrís el puño.
A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas. Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.
Mientras reflexionamos sobre el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valerosos estadounidenses que en este mismo instante patrullan desiertos lejanos y montañas remotas. Tienen cosas que decirnos, del mismo modo que los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Les rendimos homenaje no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación-, ese espíritu es precisamente el que debe llenarnos a todos.
Porque, con todo lo que el gobierno puede y debe hacer, a la hora de la verdad, la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya esta nación. La bondad de dar cobijo a un extraño cuando se rompen los diques, la generosidad de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver cómo pierde su empleo un amigo: eso es lo que nos ayuda a sobrellevar los tiempos más difíciles. Es el valor del bombero que sube corriendo por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar de su hijo; eso es lo que, al final, decide nuestro destino.
Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia. Por eso, lo que se necesita es volver a estas verdades. Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil.
Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Ésta es la fuente de nuestra confianza; la seguridad de que Dios nos pide que dejemos huella en un destino incierto.
Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por lo que hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en celebración en este grandioso Mall y por lo que un hombre a cuyo padre, no hace ni 60 años, quizá no le habrían atendido en un restaurante local, puede estar ahora aquí, ante vosotros, y prestar el juramento más sagrado.
Marquemos, pues, este día con el recuerdo de quiénes somos y cuánto camino hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas se encontraba apiñado en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era completamente incierto, el padre de nuestra nación ordenó que leyeran estas palabras:
"Que se cuente al mundo futuro... que en el más profundo invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud... la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, se apresuraron a hacerle frente".
América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y soportemos las tormentas que puedan venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que se interrumpiera este viaje, no nos dimos la vuelta ni flaqueamos; y que, con la mirada puesta en el horizonte y la gracia de Dios con nosotros, seguimos llevando hacia adelante el gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras.
Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.”